Entre los círculos frígidos del pensamiento conceptual hay un pensamiento que juega ingenuamente y sin reflejarse, como un florecimiento de fuerzas vivas y de fecundación; un pensamiento que se confunde con esa fluidez de la que no somos sino formas y frecuencias, solamente colores, olores y resistencias, relaciones de energía y concentraciones moleculares.
La reja del arado revuelca en ella grandes terrones negros aún húmedos de un resplandor de origen, y no es sino un agujero de más en la imagen que reflejan los espejos entre sí. Al viento de las estaciones envejece el enigma de nuestros rostros, de nuestras voces. Las arrugas profundas enrían las ráfagas de luz indiferente.
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