VII
A pesar del señor, a pesar de la vara.
Ya no es sólo mía, mi muerte:
su sueño se desnuda y muestra
los vientres claros, la intacta ágata,
el abbramu alto. Los perros calientan las camas,
los perros, mi sangre, mi muerte cotidiana.
Nos damos, a la yegua dorada,
a la boca de heridas, al vino moroso.
Cuesta el amor sin la bestia,
el saco de otoño puro,
la honda de blancura,
el remoto bosque, el cántaro blando.
Hay una pared de amarillo lloro.
Mis rodillas están lamidas.
Tus pechos están lamidos.
Las cuclillas, los niños acechados. La suma del dolor,
como un cuerpo
dentro de mi cuerpo.
Los hilos se restauran,
siempre.
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