espiando por la cerradura del ropero adivinó que el hombre de
la bolsa
era un ángel vacío.
no la agobió la ducha helada
sino el vapor de sus lágrimas perfectas
la llevaron al cuarto donde estaba el perro
le hizo escuchar su corazón
y sintieron el terror
haciendo reverencias
se negó a tomar el mate cocido
(allí flotaba el pulgar del fantasma)
la Enfermera cortó los dedos del estupor
uniéndolos en la súplica a la Virgen
susurraba:
“jamás volveré a hacerlo
volveré a hacerlo”
pero la sonrisa del látigo
abría y abría
su ortopedia.
Alejandro Schmidt, Átomos, Casi Incendio la Casa, 2009
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